Cada gota volaba, cada canto enmudecía, todas las cosas que el hacía desaparecían sin dejar rastro en la historia o en la conciencia, eran todas unas obras de arte pero no quedaban atisbos siquiera de tales magnificencias. Decencia inoportuna la que invadía a la memoria que callaba las cadencias y figuras que el cuerpo elucubraba, mataba las presencias, violaba al placer, rescataba de la locura a la escrupulosa e inútil moralidad. Cuantos pequeños momentos dejados en el tiempo sin importar nada más que la sensación de la necesidad satisfecha o insatisfecha.
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