Un desierto en el pantano con un cielo de melaza ardiendo, ese era el paisaje ideal para los demonios de la pequeña Natalia, que en cuanto se dormía, ellos salían a hacer sus travesuras: hacer crecer de la nada narcisos en el agua y árboles en la arena; poner orquídeas en las ramas de los árboles, musgo en los troncos y ojos en las palmas de las manos, todo esto hasta que la pequeña despertaba y los demonios quedaban de nuevo encerrados, de ahí en adelante la que hacía las travesuras era Natalia, que cortaba orquídeas de las ramas, recogía narcisos del agua y dejaba tuerta alguna que otra extremidad.
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