lunes, 19 de diciembre de 2011

LICÁNTROPO


Perdí el sentido por un momento.

Desperté y  no reconocía nada, todos se sentía ajeno y yo al fin volvía a sentirme humano, poco a poco mis venas se llenaban de sangre limpia y el veneno se retiraba, poco a poco sentía el dolor y mis sentidos iban regresando a su humana normalidad. Me hinqué y saboree con mi lengua por sobre mi labio inferior un néctar salado y espeso, recordé el sabor a sangre y por un momento tuve miedo a estar herido pero un momento después sentí más temor a que ese elixir de vida fuera ajeno y allí, de esa manera lo recordé, todo vino a mi mente como una luz cegadora que desliza la oscuridad pero duele en las retinas. Entonces recordé la luna llena de la noche anterior, recordé el impulso que regala la adrenalina, recordé la rapidez y ligereza del cuerpo. Cada recuerdo me invadía y mientras subía la mirada los vi, amontonados, inertes, caóticos, apelmazados en decadencia escarlata, intrincadas formas de cuerpos humanos, brazos, piernas, cabezas, todos enredados como en un diabólico nudo de muerte, eran los cuerpos de mi cena nocturna, cuerpos manchados de rojo que expresaban la fiereza de la lucha de la que habían participado, fiereza que para mi había sido una lujuriosa orgía de muerte. Más que una caza había sido una masacre, una que lastimosamente había llenado mi alma de placer, mi cuerpo de sangre y que había saciado mi hambre.

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